lunes, 15 de octubre de 2012

Filosofía de cordel.

Hoy vengo a hablar de las relaciones afectivas. Más que de ellas en sí mismas, o sea de su esencia, voy a centrarme en los conflictos adyancentes. Es decir, esos conflictos que surgen en las trincheras en los que nadie se atreve a declarar la guerra, pero se puede cortar la tensión con un cuchillo.

Empecemos partiendo de la hipótesis que dicta que una relación afectiva es un algo sostenido por dos pilares. Estos dos pilares han de estar equilibrados. Lo ideal es que ambos estén siempre a la misma altura y sujeten el mismo peso. Esto, en una relación normal y corriente, sucede en días de arcoiris y colorines: ambas partes se sienten bien consigo mismas y disfrutan de días bonitos y de sonrisas.
Lo que pasa, es que, una vez dentro de una relación, de cualquier tipo dentro de las afectivas, no podemos vivir el resto de cosas de nuestra vida al margen de ese condicionante que es la relación en la que estamos. Por eso, ante conflictos, es el conjunto quien ha de resolver los problemas.

Tanto si el problema atenta contra uno solo como contra ambos, es necesario afrontarlo en común, puesto que no tiene ningún sentido que un pilar se vaya de paseo, olvidándose de que tiene que sujetar algo. Con esto no quiero decir que cada uno no pueda cumplir una función distinta al mismo tiempo. Si pensamos por ejemplo en dos columnas de la parte frontal de un templo griego, ambas sujetan un frontón, pero a su vez, cada una forma parte también de la hilera de columnas de las fachadas mayores.

Lo que quiero decir con esto es que, cuando hay un problema, necesitamos ayuda. Si el problema es solo nuestro, necesitamos saber que el peso no recae solo en nosotros, que aquí, -a nuestro lado- hay alguien que nos está apoyando y nos ayuda a sostenerlo. Si el problema es solo de la otra parte, debemos demostrar que estamos aquí. Habrá veces en las que no entiendas el problema, te parezca una tontería o pienses que tienes otras cosas más importantes que hacer. Pero si de verdad queremos a esa persona, hay que ayudarla. Claro que todos podemos sentir en un determinado momento que ese problema es una carga extra que no tenemos ganas de afrontar. Pero no podemos ponernos a hablar con nuestras primas de la hilera mayor y desocupar nuestro puesto en el frontón. Porque un día, puede que sea al revés. Que sea la otra persona la que tiene ganas de ser feliz mientras nosotros tenemos un problema gordo, y no podremos echárselo en cara, porque nosotros también lo hicimos. Porque si estamos con alguien es porque realmente le queremos, y si queremos a alguien, repito, tenemos que quererle siempre. En sus mejores momentos y en los malos.  Si columnita uno está mal, columnita dos no tiene que ponerse mal también, tiene que rescatar a columnita uno y hacer que se ría, que recupere la ilusión y tenga más ganas de afrontar su problema. Columnita uno tendrá muchas más ganas de hacerlo si sabe que columnita dos va a hacer cualquier cosa que esté en su mano para ayudarla. NO para resolverle el problema, si no para ayudarle a resolverlo. Columnita dos no va a sujetar el frontón sola porque tenga mucha fuerza ese día y columnita uno no pueda. Columnita dos, solo puede aguantarlo un momento mientras columnita uno se limpia las lágrimas y se vuelve a colocar. Y juntos, sujetan el frontón. La relación se afianza y cada uno se realiza. En común y por separado, pero al fin y al cabo, dentro de la relación que, por lo menos, dicen tener.



(Sí, para esto sirve estudiar historia del arte... :P)


Y antes de enfadarnos con alguien, hablarle mal, culparle por algo, juzgarle, negarle un abrazo, la palabra o lo que quiera que nos entren ganas de hacer, pensad, por favor:  l@ quiero. Cuidado con lo que hacemos, porque a veces no tiene remedio. Y una columnita rota no es un Partenón feliz :(


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