lunes, 9 de noviembre de 2015

La cumbre escarlata

Necesito hablar sobre esta película, que me fascinó, porque veo críticas dispares y muchas me parecen mal encaminadas. No quiero decir que a todo el mundo le tenga que gustar, obviamente, pero quiero dejar claras algunas cosillas.

La cumbre escarlata es un cuento gótico. Y punto. La trama y el contenido son los de un relato, simple y llanamente. Si esperas una acción trepidante, giros brusquísimos del guión, rayos y centellitas, está claro que te va a decepcionar. O no. Pero no es eso lo que importa.

Una vez que partimos de la premisa de que es un cuento gótico, nos podemos centrar en la narración. Es decir, en cómo se nos transmite ese cuento.

El color, la luz, los paisajes son símbolos. La película está cargada de un romanticismo impresionante, una retórica visual que consigue hablar con colores, con imágenes. Todo, absolutamente todo, tiene un significado: el color de los fantasmas, la luz de América, frente a la luz de Inglaterra; la nieve que llora sangre, el color de los vestidos de la hermana frente a los de la protagonista, incluso el color de sus cabellos, si apuramos. La película, como hicieron los escritores románticos, construye un código. Otorga nuevos significados a elementos ya existentes, y, a partir de ahí, cuenta, con un lenguaje conocido, pero con un significado en clave, una historia mucho más profunda.

De la misma manera que sucede con las obras románticas, tenemos muchos niveles de lectura. Podemos quedarnos con la historia . Superflua: chica conoce chico misterioso, se enamora, no acaba bien. O podemos hacer una lectura profunda. Sumergirnos de lleno en el mundo que trata de mostrarnos el director, cruzar el espejo de Alicia y llegar más allá.

Las referencias internas no son inocuas: a la protagonista la comparan con Jane Austen y ella advierte de que prefiere ser Mary Shelley. ¿Acaso Frankenstein es solo la historia de un doctor y una criatura fallida? Los románticos no daban puntada sin hilo, señores. Siempre hay algo más.

Los símbolos, como digo, no son pocos y habrá que buscarlos durante todo el filme, porque estos símbolos son elementos de cohesión narrativa.

¿Qué podríamos extraer de la Cumbre escarlata? La ferocidad de las pasiones humanas, quizás. El riesgo que, cada uno, a su manera, está dispuesto a asumir para proteger lo que ama. El padre que trata de salvar a su hija, el médico que no renuncia a investigar, los hermanos y sus filias y ella, heroína romántica, siempre de blanco, porque trae la luz entre tanta tiniebla, el rayo de luna en la noche eterna. Los fantasmas, anclados a su vida humana por alguna pasión.

El amor, como motor de todas esas pasiones. A veces conduce a la locura, al horror, a la muerte. Otras veces salva, otras veces redime. El amor como justificación del egoísmo, el amor como justificación de la muerte, el amor como expiación de los pecados.

En cualquier caso... id a verla y contadme qué os parece. Me apetece mucho discutir sobre esta película :)

Por cierto, ¿creéis que ver referencias cruzadas es una deformación profesional, o es solo frikismo?











Prerrafaelismo en La cumbre escarlata.

Yo diría que es una mezcla de las dos. Jijiujijuji.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

A veces pienso

Hace poco salió en el telediario una noticia inspiradora. Un grupo de científicas había sido galardonado con un premio que les iba a permitir continuar con sus diferentes proyectos de investigación. Era un noticia bonita, reconozco que me emocioné un poco.

A una de ellas le preguntaban por qué le gustaba la ciencia. "Porque me apasiona conocer de qué estamos hechos, saber algo más sobre el ser humano. (...) Poder entendernos mejor". Algo así, no recuerdo las palabras exactas. El caso es que es un discurso muy bonito. Y me gusta, de verdad, me gusta. Me encanta que a estas mujeres se les reconozcan sus méritos, sus investigaciones iban muy encaminadas en ámbitos de la salud y me parecieron muy importantes. De verdad lo digo.

Ahora viene el pero, ¿no? Sí, hay un pero. Que no es una crítica a ellas, por supuesto. Porque tienen toda mi admiración, como ya he dicho. Como mujeres, como mujeres empoderadas, como investigadoras, etc. Que no es una crítica a que les den un premio para poder investigar, porque, desgraciadamente, sin este premio, seguramente, en este nuestro país, no encontrarían otra financiación. No. La crítica va en otro sentido.

En primer lugar a que no haya más presupuesto en investigación. Para investigaciones científicas y para otro tipo de investigación. Sí. Ahí está el quid. Es que, ¿sabes?, yo amo la literatura porque me apasiona conocer de qué estamos hechos, saber algo más sobre el ser humano, y poder entender mejor el mundo que nos rodea y el pensamiento que nos conforma.

Pero, qué cosas digo. Eso no es importante. Cómo va a ser importante. Estas mujeres tienen que hallar cosas revolucionarias, que traigan beneficios exacerbadamente tangibles para que alguien se fije en ellas y les ofrezca una beca para seguir desarrollando sus proyectos. Sé que a nadie que pueda conceder este dinero le va a interesar jamás que alguien busque entre los trazos de la historia, de la literatura, del arte, los pasos, las huellas de otros seres humanos que vivieron antes que nosotros.

A nadie se le ocurriría pararse a pensar que cada poeta nos ha dejado unas líneas escritas directamente desde su alma. Que hurgar en ellas es desvelar un poco la sustancia de la que estamos hechos. Que cada análisis nos ayuda a quitar capas y profundizar un poco más en el entramado de nuestros sueños, esperanzas y anhelos más profundos como especie, como seres racionales, como humanidad. Que leer es encontrar las respuestas a preguntas tan antiguas como la escritura misma.

Pero, por favor, qué cosas digo. A nadie le interesa eso ahora. ¿No ves que hasta nos quitan la filosofía del bachillerato?



                                                             (Adivinad quién está leyendo 1984)

Pensar no da dinero. Está claro.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Mala indignada nunca muere

Esta entrada viene inspirada por cosas que pienso y por mi ocio vacacional. No es de interés, por lo que no es necesario que usted, personaje extraño, siga leyendo. Desde luego tendrá cosas más importantes que hacer a la hora del té.

Como veo que es un poco cotilla y persiste, procederé a mi crónica de habitual indignación. Es cierto, me indigno mucho. Para qué mentir. Hay muchas cosas en la vida que me molestan, que cambiaría si pudiera, muchas de ellas algún día las cambiaré. Otras no. En cualquier caso, la mayor fuente de mi indignación suelen ser las personas. Ya sé que tiene que haber de todo en la viña del señor, pero por qué hay tanto subnormal es algo que jamás podré explicarme. Y que yo tenga que cruzarme con un alto porcentaje de ellos tampoco me lo explico.

A lo que iba. Estaba yo pensando por qué me gustarán tanto las pijerías de maquillaje. Las vaselinitas, los pintalabios, los pintaúñas... pero todo así muy selecto. Es decir, que no me gustan los que son de colores pochos o poco elegantes. Y me gustan demasiado los tonos rojizos... *-* Bueno, esas cosinas son las únicas cosas que suelo tener de marcas, ya que tengo la suerte de que la mayor parte me las regalan. Y entonces me he acordado de toda esa gente que se suele sentir mejor por presumir de las marcas que llevan encima. Pero vamos a ver, ¿alguien le ha explicado a esta gente que aunque la mona se vista de seda, mona se queda? Parece ser que no. Y esto es lo de menos, es decir, en el ámbito de la ropita y la tecnología, ya ves tú. Mira, chica, si te sientes mejor persona por haberte gastado cien euros en unas zapatillas y me lo cuentas tan japi, yo, con intereses muy distintos a los tuyos, te diré que más tonta eres tú. Pero bueno, que da igual. A lo mejor a mí no me importa gastarme una pasta en una edición especial de un clásico que ya he leído solo porque es muy bonita; es su dinero y que cada uno lo gaste como quiera.

Lo que me indigna es que alguien pueda tratar a otro alguien como ser inferior por no tener sus mismas zapatillas de cien euros (que no me las voy a comprar porque no me sale de ahí, y porque no llevo zapatillas) o por no tener un aifon. Que otros que tal bailan. Que si tienes 600 euros para gastar en eso, perfecto, pero que yo esos seiscientos euros me los gastaría de otra manera. Relaja la raja porque no lo tengo porque no quiero y tú -por desgracia- lo tienes porque te lo ha pagado papá.

El otro tema que me indigna. Esa gente que presume -poniéndote en bandeja lo que les falta-, presume, la mayoría de veces, por algo que ellos no han conseguido. Me parece tan sumamente patético que una persona "se chulee" de algo que no ha conseguido por méritos propios... que se me cae la cara de vergüenza solo de pensarlo. Y se me cae la cara de vergüenza porque yo sé lo que es trabajar para ganarse dollars. Sí, a todos nos gustan los caprichitos, pero, ¿sabes qué? más me gusta poder pagarlos. Saber que si me puedo ir de viaje, si me puedo comprar tal cosa, es porque he hecho lo que tenía que hacer. Sin tener que hacer que mis padres se gasten un dinero que muy posiblemente no tienen y que, si lo tienen, prefiero que inviertan en ellos.

Que yo ya sé qué tengo que hacer para conseguir lo que me interese. A chulear a tu casa.

lunes, 26 de enero de 2015

Resoluciones

Todavía oigo en mi cabeza nuestras voces, la mía y la de mis amigas, hablando con una profesora de inglés, que era un ejemplo de inteligencia y cercanía, en el instituto. "Parece que si no atacas tú primero te comen". Hablábamos de nuestros compañeros y desde luego no queríamos ser como ellos. Aquellas personas inmaduras tardaron años en comportase con respeto. Algunos nunca lo consiguieron. Algunos siguieron con sus miradas de recelo y repulsión hasta el mismo día de la graduación. En ese momento ya no nos importaba su opinión, nos creíamos más fuertes que ellos. Acabábamos el instituto brillando, con matrículas de honor, seguras sobre lo que habíamos elegido para estudiar en la universidad. Expectantes, con miedo, pero con ganas de empezar una nueva etapa. 

Creíamos que la universidad sería una prolongación del instituto, que las materias serían ahora más interesantes. Yo al menos, creía que la universidad, la facultad de filología de la Complutense estaría llena de profesores como mi Jesús, bohemios, abstractos, algo locos, pero amantes de la literatura por encima de todo. Que mis peores profesores serían como Carmen, aquella mujer que parecía infranqueable y que me pidió por escrito un poema que años después me pareció ridículo. Que exigía como nadie, pero era justa. Lengua fue la única asignatura que me gustó aquel curso horrible de tercero de la ESO. Pensaba que estaría bien, que me sentiría como se debió de sentir Mª Ángeles estudiando La Regenta y Bécquer en la universidad. De otro modo no podría haber acabado tan enamorada de ellos. Tenía ganas de aprender gramática, me daba pereza el latín que ya había dado tres años y ningún profesor podría enseñarme más que Rosa, -ae, pero haber cogido árabe como lengua extranjera me animaba mucho -siempre pienso en las lenguas como una vía de escape-. 

Madrid fue un caos para mí, la universidad fue un caos para mí. Coger un autobús a las siete menos veinte de la mañana cada día para estar en clase a las ocho y media fue una desesperación, un cansancio inabarcable. El profesor de gramática resultó un ser insoportable, cansado, triste y viejo. No dio clase, leyó sus apuntes todo un cuatrimestre y me plantó un nueve por vomitarle la gramática de la RAE en el examen. La profesora de Retórica resolvió ser una bruja irrespetuosa, que exigía más de lo que daba. No es que fuese una mala profesora (solo) sino que ni siquiera sabía respetarnos como personas. Hubo algo más de luz otras veces. La becaria de Crítica literaria me salvó la asignatura. La profesora de literatura nos acogió con el calor que necesitas el primer cuatrimestre en el frío invierno complutense. La profesora de fonética y fonología nos apretó para luego ponernos notaza, lástima que su colega de lingüística considere que su método y Navarro Tomás quedaron anticuados y sepultados para siempre. También estuvo el Cid; Nada, de Carmen Laforet, La dama duende, las jarchas y cantigas, Jorge Manrique y las Luces de Bohemia alumbrándonos el camino.  El curso acabó y sobreviví. Y conseguí, pese a todo, llevarme un buen recuerdo de aquel primer año de universidad.

Este año me hice una promesa: todo debía ser distinto. Después de luchar infitamente contra ese engendro llamado Sepulvedana, conseguí el objetivo principal: vivir en Madrid. Y di otra oportunidad a la universidad, no podía ser tan mala. O eso creía. Esta mañana he venido llorando a casa de una tutoría con un profesor de lingüística. Solo le faltó insultarme. Discúlpeme usted por no saber que los adjetivos nunca (JAMÁS) pueden ser complementos sino modificadores. Discúlpeme por eso, interceda por mí ante Jakobson, Humboldt y un montón de gente más que me importa un pimiento. Pero yo a usted no le consiento que me hable como si fuera un despojo. Soy una persona. Suspéndame si le apetece, me da igual (relativamente), pero no se atreva a insultarme ni a descalificarme porque no sabe nada de mi vida y usted no es nadie para juzgar.

Ahora, a un día de empezar los exámenes del primer cuatrimestre del segundo año de carrera me doy cuenta de que esos compañeros que no te dejaban avanzar como tú querías, que te obligaban a modificar tu conducta por sus acciones no eran sino una metáfora de la vida. Que la vida es eso que te pincha por todas partes y nunca sabrás de dónde viene la estocada. En este momento me pregunto, ¿qué he de hacer? El instituto lo superé siendo yo misma, creyendo en que yo podía más que esos compañeros malvados a los que les hubiera gustado vernos caer. Yo pude más que esa gente que nos desdeñaba en los grupos de educación física y que solo nos hablaba para explicarles Platón. ¿Qué hago ahora? Soy yo misma -sin saber si quiera lo que eso significa- o me amoldo, cambio de forma para resistir esos golpes que vienen de todas partes. Debería seguir siendo yo, idealista, ingenua, antes buena -ahora cada vez me sorprendo siendo peor persona-; o debería dejarme ir, convertirme en una sombra de lo que fui para ser estoica, abstracta en otro sentido. Ser fuerte y no dejar que nada se interponga entre lo que quiero y yo.

Cada vez veo más lejana la posibilidad de crecer, de ser fuerte y a la vez ingenua. De confiar sin que me duela la vida fallar y que me fallen. De querer por querer, de soñar por soñar. El otro día pensé sin querer pensarlo que tal vez era mejor no esperar nada y que me sorprenda lo bueno a llevarme otra desilusión. No sé si es bueno o malo. Solo sé que la Berta que una vez fui, aquella que soñaba despierta y sabía lo que quería en cuarto de la eso, en bachillerato, jamás hubiera pensado eso.

Solo sé que si alguna vez yo no hubiese sido como fui: idealista, ingenua, trabajadora, cabezota, confiada y soñadora no habría llegado hasta aquí. No estaría en esta cama de 1'35 dilucidando antes de ponerme a estudiar. Si la Berta de ahora tuviera que recorrer todo lo que recorrió la otra se hubiese echado a llorar primero. Y luego hubiera visto.


Deseadme suerte, tendré que pedirle que me eche una mano.